domingo, 4 de octubre de 2015

Los forajidos y el cenagal


Es una cruel ironía el que habitualmente aquellos más capaces de acceder al poder no suelen ser los más aptos para ejercerlo.

John Turturro, “Exodus, dioses y reyes”






A la orilla del agua forma junto con el Romance de los Tres Reinos, el Viaje al Oeste y el Sueño en el Pabellón Rojo, un cuarteto de narraciones en prosa compuestas entre los siglos XIV y XVIII, la mayoría en época Ming, que son conocidas como "las cuatro grandes novelas clásicas chinas", todas ellas obras cumbre de la literatura china precontemporánea a la altura de lo que representan El Quijote o Genji Monogatari para otras naciones

   El trasfondo histórico de A la orilla del agua en concreto parte de una revuelta de ámbito local ocurrida a comienzos del s. XII, en tiempos del llamado emperador Huizong, contra la por entonces ya decadente dinastía Song en el poder. Inicialmente el motín, si es que se le puede llamar así, estuvo encabezado por un bandido llamado precisamente Song Jiang y su área de influencia se ubicó en una región pantanosa y de difícil acceso en la orilla norte del Río Amarillo. Al parecer los rebeldes se beneficiaron del conocimiento del terreno (particularmente de la intrincada red de canales fluviales de la zona) así como de la simpatía y el apoyo de la población local, asfixiada por los impuestos establecidos por una burocracia cada vez más corrupta al servicio de un Gobierno central inoperante. Gracias a todo ello la rebelión logró sobrevivir durante tres años, aunque finalmente acabó siendo derrotada y detenidos todos sus líderes.

Eso es al menos lo que cuentan los anales oficiales sin entrar en muchos más detalles o darle una importancia capital a la cuestión. Lo cierto es que por entonces el Imperio sufría problemas bastante más acuciantes. Tal es así que muy poco después de sofocada la citada sublevación China se dividió en dos grandes reinos producto tanto de las invasiones desde el Norte (por parte de tribus Jurchen, precursoras de los manchués), como del colapso de la propia dinastía Song la cual pronto se vio reducida a controlar solo la mitad Sur del país. 

  Pues bien, durante las décadas de inestabilidad que siguieron a tal derrumbe los narradores que contaban historias por las aldeas se apoderaron de la memoria de lo ocurrido en torno a la revuelta de Song Jiang y la empezaron a modificar, a enriquecer con detalles y a difundir a lo largo de todo el país. De esta forma, inicialmente a través de la transmisión oral, poco a poco se fue forjando la leyenda de las andanzas del héroe Song Jiang y sus treinta y seis valerosos capitanes, todos los cuales resistieron juntos como hermanos ante la tiranía y la injusticia gracias a una sucesión de increíbles proezas, exhibiciones de valentía y ardides de todo tipo. Habían nacido unos héroes del pueblo que supuestamente robaban a los ricos para dárselo a los pobres y en base a ello poco a poco se les fue dotando de nombres y de biografías (reales, imaginadas, o una mezcla de ambas).

En esas biografías se intercalaban, en algunos casos con primoroso detalle, las injusticias personales que cada uno de los compañeros de Song Jiang había sufrido a manos de oficiales corruptos o de potentados locales abusivos hasta verse obligados a “echarse al monte”. 

De hecho en cierta forma estamos hablando de un conjunto de narraciones que, salvando mucho las distancias, se parecen a “nuestro” mito de Robin Hood y sus compañeros del bosque de Sherwood, o los relatos mitad reales y mitad leyenda sobre los bandoleros andaluces del s. XIX. Pero todo ello ambientado en China y por tanto más grande, más épico, exagerado, exótico y con muchísimos más personajes en juego de lo que solemos estar acostumbrados en Occidente.

Entre otras cosas tal proceso fue posible porque gran parte del público de esas historias se sentía identificado con los relatos donde se precisaban los agravios que los héroes habían sufrido en sus carnes hasta verse obligados a dar la espalda al Imperio. De hecho quizás muchos oyentes contribuyeron espontáneamente con sus testimonios y aportaciones a la hora de añadir nuevos matices al corpus de leyendas sobre Song Jiang y sus hombres que progresivamente comenzó a circular a finales del s. XII.

Pasado algo más de tiempo y ya llegados al s. XIII ocurrió algo fundamental en la historia de China. Me refiero a la invasión mongola y la progresiva ocupación por parte de ese pueblo de los dos grandes reinos en que se hallaba dividida la región desde el siglo anterior. Así, una vez completada la conquista, se produjo la instalación en el poder de la dinastía extranjera de los Yuan (que nos sonará por el Kublai Khan de los relatos de Marco Polo). Y, de forma sorprendente, bajo el yugo de la misma la difusión por toda China de la historia de Song Jiang experimentó un gran impulso. El mismo fue posible básicamente debido a dos razones aparentemente contrapuestas pero en cierta forma complementarias.

Por un lado el mito popular se había dotado de un componente subversivo claro, como alegato a favor de la revuelta contra un gobierno injusto, y así era visto entre gran parte de la población china, algo que se adaptaba al clima de los tiempos debido al descontento de las masas con la dominación mongola. Por otro lado los mongoles (valientes guerreros pero no muy sagaces analistas literarios) no hicieron nada por prohibir el relato. Desde el punto de vista mongol la leyenda de Song Jiang desprestigiaba a la anterior dinastía Song y exponía sus problemas de corrupción. Por tanto aquella historia que se contaba en las plazas o en las tabernas no solo no tenía nada que ver con ellos sino que hasta ayudaba en parte a legitimar su conquista del país.

No resulta extraño pues que a mediados del s. XIV los mongoles fuesen expulsados de China ante el levantamiento popular, lo que llevó al poder en una China nuevamente libre y unificada a una dinastía otra vez propiamente nativa, la Ming.

En cualquier caso coincidiendo con ese tránsito político es cuando el caótico mito popular formado por una amalgama de historias dispersas, transmitidas oralmente y que por ello variaban en los detalles o incluso se contradecían entre sí, fue definitivamente sistematizado para convertirse en una epopeya. En otras palabras es entonces cuando a manos de algún literato cuya identidad no está del todo clara se puso por escrito y se fijó definitivamente en sus pormenores la versión definitiva de la supuesta historia de Song Jiang y sus, para entonces, ya ciento ocho compañeros (número que pasaría a ser desde entonces el definitivo).

Ese hecho, la puesta por escrito en forma de novela, contribuyó a difundir aún más por todo el país y a fijar para la posteridad la mencionada epopeya, la cual estaba llamada a convertirse desde entonces en un clásico de la literatura china, entre otras cosas por la pericia de ese narrador desconocido que al transcribir al papel la leyenda usó para ello un lenguaje coloquial y no un estilo más culto y solemne propio del entorno cortesano, como era habitual hasta entonces con ese tipo de trabajos.

Aunque, todo sea dicho, el paso a la posteridad de dicha obra no adoleció de problemas dado que los Ming –un poco más sutiles que los mongoles Yuan- rápidamente desconfiaron y prohibieron intermitentemente la difusión de un relato que en parte había favorecido su ascenso al poder, pero que no por ello dejaba de ser a su juicio una apología encubierta del bandolerismo y la revuelta. No obstante dado lo agitado de la historia de China posterior (incluyendo la corrupta y represiva China comunista del presente) a la obra en cuestión no le faltarían oportunidades para volverse periódicamente un relato de actualidad hasta el punto, como digo, de establecerse como un clásico absoluto por su hermoso canto a la amistad, la dignidad, la lealtad hasta la muerte, el honor y la aventura.

No obstante ya os aviso, por si le dais un vistazo, que como casi todas las historias orientales (y todo lo que se toca en este blog) el final del camino para los héroes del relato, pese a sus mucho logros y méritos, acaba resultando realmente amargo, trágico e injusto. No podía ser de otra forma enfrentados casi en solitario a un mundo enteramente corrompido como se hallaban. 

Pero no quiero hoy daros la lata desmenuzando otra épica nacional. Ya tuvisteis bastante con la última entradaHoy lo que deseo contar es otra cosa. Un detalle que me ha llamado la atención leyendo esta historia.

El detalle es una anécdota que se desgrana en la primera parte de la obra. En concreto la historia de Gao Qiu, algo así como Gao “pelota”, mote que le venía de su afición desmedida al qi qiu (o tsu chu según otros dialectos y caligrafías) una variedad de fútbol primitivo que se jugaba en la China medieval con gran éxito tanto entre el populacho como en el seno de las clases altas.

Como se intuye por su sobrenombre, Gao era un tipo que se pasaba el día en la calle divirtiéndose, apostando y sobre todo practicando ese primitivo juego acompañado de su pandilla de amigotes con los cuales acudía luego por las noches a los prostíbulos, otra de sus aficiones predilectas. Por tanto sus dos grandes talentos consistían en su pasión por el fútbol y su buen ojo para detectar otros sinvergüenzas como él entre los hijos de las familias ricas locales y hacerse amigo de ellos para que le pagaran los vicios. De hacer caso a los estudios ni hablar. Hasta tal punto Gao Qiu era un mangante sin solución que su propio padre acabó denunciándolo ante las autoridades lo que desembocó en que Gao fuese condenado a recibir veinte bastonazos y tener que marcharse al exilio. Pero, y esto es importante que lo recordéis, los caraduras casi siempre tienen suerte.

Gracias a ello durante su vagabundeo hacia el destierro Gao encontró empleo como esbirro en una casa de juegos de mala muerte ubicado en una región remota. Lugar que se convirtió en un paraíso para Gao ya que por fin podía estar rodeado de prostitutas y borrachos de la mañana a la noche sin tener que preocuparse por nada más. Incluso le pagaban por eso. Pero hasta tal punto era juerguista que Gao acabó por agotar la paciencia del propietario del negocio, un tal Liu Shin Qian, el cual para deshacerse de aquel depravado aborrecible que vivía bajo su techo decidió usar la táctica de la patada hacia arriba (pues le tenía miedo) y recomendarlo a uno de sus parientes que vivía en la capital. Además para entonces Liu se había visto beneficiado por una amnistía decretada por el Emperador debido a las buenas cosechas recientes, con lo cual sus viejos delitos quedaron prescritos y nada se oponía a que se instalase cerca de la Corte.

Es así como Gao llegó a la capital provisto de una carta de recomendación dirigida al notable Dong propietario de una próspera tienda de hierbas medicinales. La carta de “recomendación” que Gao llevaba para presentarse iba lacrada y en su interior decía en realidad: “este hombre es peor que el más ladrón de mis ladrones, líbrate como sea de él y pídeme luego lo que quieras”.

Suponiendo que, si tenía tan preocupado a un tipo de mala reputación como Liu, aquel hombre que le enviaba debía de ser muy peligroso, Dong decidió jugar sobre seguro a la hora de desembarazarse de él y a su vez envió a Gao con otra carta de recomendación para un académico que conocía. En la academia en cuestión Gao se dedicó a robar y a correrse juergas, por lo que llegado un punto nuevamente se le dio una patada hacia arriba y se le envió a servir a la casa del sobrino del Emperador como forma de perderlo de vista. Tal sobrino era el mayor putero del reino y por primera vez en su vida Gao se encontró frente a alguien tan sinvergüenza y mangante como él mismo, sino más, lo que sirvió para que ambos personajes fraguasen una estrecha amistad basada en la sincera admiración mutua por la depravación del otro.

Gracias a la confianza que el sobrino empezó a depositar en él debido a ello al cabo de algún tiempo Gao fue encargado con la importante misión de llevar en persona una cantidad de dinero y regalos a Duan, el mismísimo hermano del Emperador y príncipe heredero en vigor ante la falta de hijos del gobernante en cuestión.

Al llegar a la residencia del príncipe dio la casualidad de que Gao se lo encontró junto a su círculo de confianza jugando al “fútbol” en un jardín y así, mientras esperaba que acabasen y le concedieran una recepción, Gao se dispuso a observar el juego desde un lateral, momento en que una pelota salió despedida en su dirección. En cierta forma toda la vida de Gao había sido una preparación para ese instante y así aprovechó para devolverla con un poderoso y preciso gesto técnico que impresionó al príncipe (el cual por entonces andaba necesitado de alguien de calidad para que jugase en el ala derecha de su equipo) lo que fue el comienzo de una gran amistad entre ambos.

Justo dos meses después moría el viejo Emperador y el príncipe Duan, su hermano, accedía al trono con el nombre de “Maestro del camino de la maravilla” y casi de inmediato nombraba a Gao, en adelante ya no más Gao “pelota” sino Gao “el guapo” mariscal de palacio. Cargo desde el cual este personaje se vuelve luego instrumental dentro del relato de A la orilla del agua en tanto que, desde su posición de poder, lleva a cabo diversos abusos que lo acaban por convertir en uno de los villanos de la narración y antagonista de varios de los héroes principales de la misma.

Y el caso es que leyendo los pasajes correspondientes a todo el delirante episodio del ascenso al poder de Gao no pude por menos que darme cuenta de que su historia sirve para resumir a la perfección varias biografías de gente muy importante en el mundo político, empresarial y cultural español. Así que recordé lo que ya había comentado en otra entrada del blog sobre lo bien que nos conocían a los españoles los chinos de hace siglos. Y no puedo dejar de maravillarme una vez más.

Os lo dije. Nos tienen calados. 

7 comentarios:

  1. De los cuatro clásicos, dentro del desconocimiento que tengo de todos ellos, éste es del que menos sabía (ni siquiera sabía que existe), hasta que un día navegando por internet leí una mención a estos "cuatro clásicos". Del Romance de los Tres Reinos y el Viaje a Occidente, al menos sé de qué tratan ya que tienen una mínima repercusión en Occidente (valga la redundancia X-D); El Sueño del Pabellón rojo lo he visto mencionar en otras novelas (ambientadas en la china post-maoista de transición al capitalismo económico); pero de esta en particular no sabía nada.

    La verdad es que este libro también tiene pinta de ser buenísimo para leer. Aunque el paralelismo de esa anécdota con determinadas situaciones actuales sea terrible. Hay cosas en la ideosincrasia humana que no cambian (ni en el tiempo, ni en el espacio). Para mal (como el anhelo decadente de vicio y corrupción), pero también para bien.

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    1. Si el clásico más conocido sin duda es el Romance de los Tres Reinos por la cantidad de videojuegos y películas que hay que directa o indirectamente parten de su historia o sus personajes. Luego el Viaje a Occidente con el personaje del Rey Mono.

      Yo diría que Sueño del Pabellón Rojo es otra cosa diferente ya a esas dos y a esta historia, las tres redactadas en época Ming y que son épicas mientras que la otra es más ya una novela casi moderna. Lo digo desde el desconocimiento, que tampoco es que lo mío sea la historia de la literatura.

      El caso es que el problema de A la orilla del agua hoy en día es que tangencialmente toca el tema de la corrupción. No es su tema central pero es el que más me ha llamado la atención, cómo es la estupidez, la corrupción y la insensibilidad de diversos funcionarios del gobierno la que desencadena parte de la acción. Y eso es un problema para adaptarla hoy en día...

      Luego esta obra tiene algún spin-off como uno que se titula algo así como El loto de oro. Pero esta obra tiene un nuevo problema. Que es picarona. Es subida de tono. Muy subida de tono. Otro de los tabús chinos. El sexo. Creo que Jackie Chan hizo su debut en el cine en una adaptación de esto, pero no son muy conocidas por aquí las que hay.

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  2. Conocía las 4 obras pero no me he atrevido a empezar a leerlas.
    Hace tiempo estuve leyendo un cómic basado en A la orilla del agua. Una traducción al español supongo que hecha por aficionados. No lo terminé pero recuerdo haber leído la parte de Gao y lo sinvergüenza que era. El caso es que creía que iba a redimirse y que sería el héroe.

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    1. Pues no, luego encima Gao coloca a parientes y a familiares en puestos de responsabilidad y son todos iguales o peores que él. Un primo suyo al que posiciona de gobernador, o su hijo adoptivo, sobre todo este último que desencadena luego una serie de hechos bastante trágicos cuando se encapricha de la mujer de uno de los "buenos".

      Creo que tus inocentes esperanzas con Gao se parecen a las de mucha gente en este país que (aun) vota a determinados políticos pensando en la posibilidad de algo parecido. O sea, que se vuelvan buenos después de años y años de depravación. Pero, admitámoslo, es algo que llegado un punto resulta improbable.

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  3. Hola.
    No es que tuviera esperanzas inocentes en Gao. Lo que pasa es que desde hace mucho, antes de que yo naciera, los productos audiovisuales tienen un patrón muy parecido: un personaje cae, y después de muchas vicisitudes renace cambiado y realiza una hazaña. A veces muere en un sacrificio supremo y a veces no, pero el resultado es bueno. Tú sabes, la historia positiva típica que se puede encontrar a diario en Yahoo noticias. Quizá, no lo sé, en oriente no siguen el mismo patrón. Aunque por lo que sé de La leyenda de los tres reinos (no mentiré, por los videojuegos), se valora lo mismo que en occidente, que es lo que has mencionado: la camaradería, el sacrificio por un bien mayor, la amistad y todo eso. Tampoco sé si los finales orientales suelen ser más trágicos o más esperanzadores; es decir, falsos. Porque yo tampoco creo que el ser humano sea bueno por naturaleza. Creo que lo puede ser cuando la sociedad en la que vive es lo suficientemente avanzada. Si no es así, todos somos unos salvajes que preferimos una ganancia pequeña inmediata y personal antes que un bien colectivo mucho mayor.

    En cuanto a las esperanzas en determinados políticos, yo no tengo ninguna. Soy un forero de Meristation que se pasa el día hablando de la maldad del sistema político español y de que es imposible mejorar nada si no se cambian las reglas políticas fundamentales. Porque si no hay un control del poder lo que tendremos es la corrupción. Yo creo que puedes saber quién soy porque alguna vez hemos dialogado en ese foro.

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    1. Nah, tranquilo, es cierto que el que comentas es un patrón argumental clásico de toda la vida. Mi comentario queda como muy crítico leido ahora pero estaba siendo irónico y siguiendo con el juego de que estos personajes en el fondo se "parecen" a la España de la actualidad.

      Además hay que tener algo de fe y optimismo en la vida. No os dejéis contagiar por mí. Yo soy un pesimista nato y así me va.

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  4. Respecto a tu primer párrafo: estoy en contra de lo que dices ahora aunque tu intención sea conciliadora. En cuanto a lo que dijiste antes, estoy completamente de acuerdo. Mi visión del mundo actual es catastrófica. No por los hechos en sí mismos, sino por el pensamiento que está detrás. Las historias de caballería, los héroes populares, el sacrificio supremo. Son todo una bola de excremento. Todas esas cosas, ¿dónde están ahora? Recordamos hazañas pasadas de personajes míticos que lo sacrificaron todo por nuestro bien. Pero, en este momento, en la Era de la Información, ¿quién lucha?, ¿quién arriesga su vida por nosotros que somos el Pueblo? Yo creo que nadie. Como nadie lo hizo en el pasado. Todo son leyendas y cuentos aleccionadores que fomentan el conformismo y la resignación dentro de unos límites que mejor no nos atrevemos a sobrepasar. Lo que realmente pasó se ha olvidado. Hoy día, ¿quién cojones se atreve, por ejemplo, a enfrentarse públicamente a una Policía Municipal corrupta que pone multas, o no, según le sale del nardo y que va a los puticlubs a cobrarse el diezmo. Pues nadie. O casi nadie. Y quien lo haga, Dios le guarde, porque negociar con el Diablo es menos arriesgado que hacerlo con los hombres. Y mira tú por donde, que los que lo hagan serán héroes. Pero no habrá rapsoda o juglar que glose sus hazañas. Los héroes tendrán que aceptar que serán olvidados.

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